Ciberacoso, una forma de violencia de género

Plática presentada en el mesa Comisión de género del Senado de la República (México) el 28 de noviembre, 2017, publicada en  Luchadoras.mx

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How can I verbalize consent as an adult

if I was never taught to as a child.

Rupi KaurThe Sun and Her Flowers

Las personas que vivimos en ciudades tenemos una relación cercana con la internet, es parte de nuestra vida cotidiana. Para hacernos una idea, la empresa Apple en 2016 dio a conocer que una persona en promedio desbloquea su teléfono 80 veces cada día y utiliza su celular cada 10 minutos. Si bien el caso mexicano es distinto al de Estados Unidos -sobra decir que nuestro país está rezagado en temas de acceso a telefonía móvil, datos celulares y por supuesto, a salarios que permitan pagar la renta de un teléfono funcional- esta cifra nos sirve como referente de lo mucho que usamos el teléfono y con ello la internet. Es parte de mi generación, crecimos explicándole a nuestros padres cómo usar la computadora y hoy vemos a niños sentados mientras juegan con tabletas, algunos no han comenzado a hablar pero ya saben cómo usar sus dedos y mover pájaros en una pantalla.

La incidencia de las tecnologías de la información en nuestras vidas es enorme y justo por ello no debemos de pasar por alto las expresiones de violencia en las redes sociales cibernéticas. En mi experiencia como alguien que nació en los noventa, como hermana mayor y como profesora de preparatoria puedo decir que para los adolescentes el acoso y otras manifestaciones de la violencia en la internet son un síntoma de lo que se vive en los salones de clase.

Recuerdo muy bien como, por ejemplo, cuando tenía 15 años y a penas comenzaban los teléfonos celulares con cámara vga, que varios compañeros decidieron que era buena idea tomar fotos de mis muslos -sin mi consentimiento- y compartirlas por infrarrojo. Enojada, al enterarme, fui con las autoridades escolares. A ellos les pareció simpático y yo me sentí doblemente humillada. Incluso, de forma indirecta me dieron a entender que era mi culpa lo sucedido “por no saberme sentar bien con falda”. Me encontraba sola en una escuela nueva, no estaba acostumbrada a ese tipo de uniforme, mucho menos a este tipo de acoso. De alguna forma puedo decir que mi despertar sexual está relacionada con experiencias -como esta- de abusos.

Tuits contra la periodista Andrea Noel tras denunciar la agresión que vivió caminando por la colonia Condesa.

La internet no es un mundo aparte, el espacio virtual es un espacio que tiene todo que ver con nuestra vida no virtual, ahí se perpetúan roles de género: ser mujer, ser periodista, ser feminista, ser lesbiana, ser trans, ser pobre, ser indígena; las vulnerabilidades también se manifiestan en nuestra vida virtual y el debate de “lo público” también se sitúa en la red.

Cuando hablamos de acoso en línea pensamos en mujeres, lo cual es muy importante y eso nos tiene aquí, pero no podemos ignorar que esto implica también hostigamiento a las personas LGBTTTI, y el acoso es un instrumento de represión patriarcal. Se acosa, se humilla, se señala, se repiten y agudizan patrones, se objetivan cuerpos, se pauperizan, se ven como despojos. Se juzgan las maneras de habitar el cuerpo, se sentencian las sexualidades, se denigra y se acorrala a los sujetos.

#MiPrimerAcoso #YoTambién

La violencia en las redes no son “problemas de primer mundo”, como se tiende a decir, son un reflejo de la violencia en el espacio no virtual. La internet ha sido un lugar que nos ha servido para informarnos y para darnos cuenta de que estamos acompañadas. En este acompañamiento nos atrevimos a hablar de experiencias de violencia sexista -de pederastía- con campañas como #MiPrimerAcoso o #MeToo o #YoTambién, que denunciaron la magnitud de este tipo de violencia, lo común que es y cómo las víctimas la experimentan desde la infancia, desde que somos niñas.

Está violencia en el terreno no virtual se refleja en las redes y repercute en la vida profesional, académica y personal de cada quien. Ejemplo de ello son los casos de mujeres a las que les roban fotografías privadas de carácter sexual y las difunden en su oficina o escuela; o el acoso y desprestigio contra periodistas y activistas: si en México la libertad de expresión es un derecho cotidianamente agraviado el ser mujer y ejercerlo te hace aún más vulnerable.

Las amenazas, los acosos y los insultos hacia las mujeres tienen, en el mayor de los casos, componentes de violencia sexual: las amenazan con violarlas, con corregirlas por meterse en espacios masculinos, por opinar. Además, las mujeres que se dedican al fotoperiodismo, a la prensa deportiva, policiaca o el análisis político se les critica por el simple hecho de ser mujeres en un espacio peligrosamente masculinizado.

El que el acoso y las amenazas cibernéticas contra las mujeres que ejercen su derecho a la libertad de expresión vayan acompañados de referencias a su género se vuelve más preocupante si recordamos que en México a las mujeres periodistas asesinadas las mataron o secuestraron en su ámbito familiar y en varios de los casos la carga de violencia sexual es evidente. Cuando asesinaron a la activista Nadia Vera, al fotoreportero Rubén Espinosa -ambos muy incómodos para el gobierno de Javier Duarte-, a Yesenia Quiroz, a Nadia Negrete y a Mile Virginia Martín en sus cuerpos se encontraron rasgos de tortura, y únicamente en el de las mujeres, rastros de tortura sexual.

Hay más casos de ataques brutales a la libertad de expresión en los que existe también una estrecha relación con temas de género: Anabel Flores Salazar fue secuestrada de su casa y frente a su familia mientras cuidaba de su bebé en el estado de Veracruz, su cuerpo fue hallado semidesnudo en Puebla. Quienes acabaron con su vida lo hicieron atentando contra su sexualidad y su maternidad; a Miroslava Breach, otra madre, la asesinaron por la mañana frente de su casa, antes de llevar a su hijo a la escuela; a Regina Martínez la asesinaron después de golpearla brutalmente: las autoridades concluyeron que fue víctima de un robo, y además trataron de desviar la investigación para explicar lo sucedido como un crimen pasional en el que Regina fue asesinada por un supuesto amante.

El caso de Martínez ejemplifica cómo se revictimiza a las víctimas para justificar su asesinato en relación con su vida privada. Cabe resaltar que también sucedió en el caso de la Narvarte: varios medios de comunicación cubrieron la noticia con un enfoque misógino y revictimizante: a Mile Virginia Martín la mataron porque, dicen, era una scort y todo fue un crimen pasional, los demás fueron daños colaterales.

Las agresiones en línea y más en un contexto como el mexicano, donde la violencia más cruda se manifiesta contra quienes ejercen un trabajo de comunicación, vulnera el derecho a la libertad de expresión, como bien lo explican Estefanía Vela y Erika Smith al hablar de la violencia de género a través de las tecnologías de la información: “Uno de los impactos que tiene la violencia, especialmente el acoso y las amenazas constantes, es que las víctimas empiezan a moderar lo que expresan, moderando también su uso de la tecnología y las redes de comunicación. Son varias los mecanismos de autocensura y cautela que se pueden tomar, como guardar silencio por miedo a la violencia que reciben por sus opiniones (que no es lo mismo que dejar de emitir una opinión porque genuinamente han sido convencidas de sus “errores” argumentativos); hacer “privadas” sus cuentas de redes sociales limitando el alcance que pueden tener sus expresiones, así como los intercambios positivos que podrían obtener por ello, o dejar de participar, de plano, en el diálogo social. Con ello, el debate se encarece.” (Smith y Vela,“La violencia de género en México y las tecnologías de la información”, en Internet en México. México: Derechos Digitales, 2016. p.17–19)

Esto se suma al crudo contexto mexicano en el que prevalece la violencia contra periodistas y activistas ( la organización Artículo 19 ha registrado en México un total de 111 de comunicadores asesinados desde el año 2000 en posible relación con su labor). Vivimos en un país donde las instituciones no garantizan el ejercicio de la libertad de expresión y la defensa de los derechos humanos; y no solo no las garantizan, simulan que trabajan y también obstaculizan el ejercicio de nuestros derechos y la impartición de justicia: ante las amenazas físicas o virtuales en los ministerios públicos no hay respuestas ni acciones contundentes.

Y no solo las amenazas son preocupantes, el matoneo nos repercute como profesionales o como personas que deseamos simplemente expresar lo que pensamos: una comienza a creer que sus comentarios valen menos, son menos importantes, menos serios, menos contundentes. El patriarcado nos ha hecho por siglos creer que las mujeres somos menos capaces de expresar un argumento. La tecnología avanza acelerada pero el machismo sigue ahí, los cambios en las mentalidades retrógradas son muy lentos, casi imperceptibles.

Respecto a cómo afectan las expresiones machistas en línea a las comunicadoras, la periodista deportiva Marion Reimers me lo explica con claridad: “cualquier cosa que amenace al status quo tiene consecuencias en línea, hay mucha violencia y mucha agresión. A mis colegas hombres se les recrimina, también, pero a mí por mi género. A ellos les dicen cosas como <<eres un vendido>>. A mí me dicen en twitter <<eres una puta>>, <<vete a la cocina>>, <<pinche vieja>>, <<lesbiana, falta que te cojan bien>>.”

Reimers es consciente de cómo esto afecta su trabajo, más en una profesión que es tradicionalmente masculina: si me afecta personalmente me afecta laboralmente, tiene un efecto en mi manera de desempeñarme, empiezas a dudar más de ti, comienzas a pensar cómo me verán los demás. Además, el círculo en el que yo trabajo es ultra machista (…) te hace pensar si no te estás cerrando oportunidades profesionales, si es mejor no pelearte, pienso cuántas puertas se me han cerrado por no complacer a alguien y usar ese megáfono.” Con ello llegan otras inseguridades: “es muy desgastante y muy doloroso, en esta área sobre todo que está muy dominada por hombres, no hay con quien puedas hablar. Yo termino sintiéndome muy muy sola” (entrevista con Marion Reimers y la autora, noviembre 2017).

El que estemos acostumbradas a vivir acoso callejero o laboral no quiere decir que el acoso en línea no nos afecte, seamos figuras públicas o no, famosas o no. Si no le hemos prestado mucha atención es porque hemos normalizado los ataques, yo misma, cuando los recibo, cuando es que comienzo a preocuparme me convenzo que estoy exagerando, que no es tan grave, que no debería de prestar mucha atención, que solo es una coincidencia.

En México hemos aprendido a medir las agresiones en una escala de grave a menos grave. Las normalizamos, pero las repercusiones de la violencia en línea también son evidentes en nuestra salud física y psicológica -que además están completamente relacionadas-. En marzo de 2017 durante un taller con 25 mujeres que han padecido violencia en línea, Luchadoras y La Sandía Digital documentaron los daños físicos y emocionales de las mujeres, entre ellos están: sudoración, náuseas, dolor de cabeza, de espalda, de estómago, falta o exceso de apetito, tensión corporal, llanto, autolesión, afectaciones nerviosas, estrés, angustia, ira, depresión, paranoia, impotencia, miedo a salir, auto restricción de movilidad, abandono de tecnologías, autocensura y la sensación de vigilancia constante. Esto se puede consultar en el informe La violencia en línea contra las mujeres en México publicado este mes y coordinado por Luchadoras en colaboración con otras organizaciones como Artículo 19, Red en Defensa de los Derechos Digitales y Social Tic. ( La violencia en línea contra las mujeres en México. Informe para la Relatora sobre Violencia contra las Mujeres Ms. Dubravka Šimonović. México, 1 de noviembre, 2017. p.28)

Entender los tipos de violencia nos permite prevenirlas, y a mi entender, la solución real no consiste en centrarnos en castigar y prohibir. Por ejemplo, prohibirle a una joven que abra Facebook o use chats de mensajería no nos va a llevar muy lejos, en cambio, darle información implica fortalecerla. La educación es una herramienta clave -no la única pero sí una muy importante- para evitar la violencia de género que se manifiesta cotidianamente en distintos espacios.

Resulta prioritario incluir materias de estudios de género en la curricula de las carreras universitarias y también desde los primeros años de la educación básica. Los infantes deben de aprender a conocer su cuerpo, cómo se llaman sus distintas partes y qué es el consenso: la educación sexual es una forma de prevenir abusos, prevenir abusos es una forma de salvar vidas.

Si una persona no reconoce qué es lo que la violenta y no sabe que lo que la incomoda realmente es algo que está mal, no entiende que no es normal y por ello no sabe que tiene derechos y que puede denunciar a quien le agrede. Por otro lado, los agresores deben de saber que lo que hacen no es normal, que no hay “acosos muy leves” o “amenazas ligeras”. Hay que llamar las cosas por su nombre: abuso, abusador, acoso, acosador.

Esto me remite al tema con el que voy a cerrar mi intervención: las víctimas no son responsables de su agresión. ¿Para qué andaba con falda corta? dicen quienes justifican una violación, es que era muy zorra, agregan para culpar a una mujer que vive libremente su sexualidad. ¿Para qué se toma fotos si no quieren que las vean? dijeron varios conductores de radio y televisión -que no vale la pena ni mencionar sus nombres- cuando distintos medios de comunicación publicaron fotografías privadas de actrices estadounidenses. Es su culpa por dejarse tomar una foto así, he escuchado que dicen algunos cuando personas que conozco han sido víctimas de este tipo de violencia. La revictimización es resultado de una sociedad machista, sí, pero también de una muy desinformada, que no conoce cuándo está cometiendo un abuso y tampoco conoce cuando es víctima de este y que al ser víctima tiene derecho a denunciar y exigir justicia. En ese aspecto difiero absolutamente con las posturas expresadas en este espacio por varios senadores, el sexting no se debe prohibir, las prácticas consensuadas no deben de criminalizarse: lo que se debe de castigar es el robo y la difusión sin consentimiento de material audiovisual privado.

#SíMeToméUnaFotoDesnudayQué

Hay un caso que me parece ejemplar y brillante de 2014: cuando se comenzaron a compartir en chats de whatsapp y dropbox imágenes íntimas de estudiantes de la Universidad Iberoamericana -yo aún era alumna de licenciatura de esa casa de estudios-, varias de mis compañeras fuimos a hablar con las autoridades universitarias: sentíamos enojo y preocupación. La rectoría hizo lo suyo, tomó el caso con interés y lo consideró prioritario, pero puedo decir que la mejor respuesta vino desde abajo: un grupo alumnas comenzaron a llenar de stickers las paredes del campus.

Con frases como “si no es para ti no lo veas”, “mi desnudez no me avergüenza”, etcétera; el texto iba acompañado con pinturas de desnudos femeninos y un hashtag: #símetoméunafotodesnudayqué. La sencilla campaña es un ejemplo de cómo cuando una mujer tiene acceso a información y sabe usar herramientas puede subvertir una situación de agravio. Si alguien difunde una imagen o un video privado sin nuestro consentimiento lo que hace es violentarnos, porque cada quien es libre de elegir con quién comparte su sexualidad: esto último es muy importante porque no tiene sentido hacer campañas o leyes contra el sexting -como toda actividad sexual consensuada debe de respetarse- sino contra quienes roban o distribuyen material audiovisual que es privado.

Estas stickers y ese hashtag son un ejemplo de cómo el mundo virtual y el no virtual se enterezan, nos afectan y ambos son espacios en constante pugna. Un espacio que debemos de tomar y que tenemos el derecho a hacerlo.

Ilustración que hice para la web de Real Venus