Otros modos de ver, arte y medicina en Retrato de una mujer en llamas

Publicado originalmente en Este País el 13, nov, 2019

La disciplina de la historia del arte ha excluido de forma sistemática a las mujeres artistas ya que atribuye el “genio creador” casi exclusivamente a los creadores varones.  

Fue gracias a las artistas e historiadoras del arte con perspectiva feminista que poco a poco conocemos a más mujeres artistas. Ellas son las que han trabajado, sobre todo a partir de los setenta, en investigar, estudiar y promover el arte hecho por mujeres. 

En 1971 Linda Nochlin escribió “Why Have There Been No Great Women Artist?” en Art News, un ensayo pionero para los estudios de arte y género. La culpa de la —aparente— falta de mujeres artistas, explica Nochlin, no radica “en los astros, en nuestras hormonas, en nuestros ciclos menstruales o en el vacío de nuestros espacios internos, sino que está en nuestras instituciones y en nuestra educación.” De este modo, explica que la producción artística “está condicionada y determinada por instituciones sociales concretas y defendibles, ya sean academias de arte, sistemas de mecenazgo o mitologías sobre el creador divino o el artista como “supermacho” o marginado social.”

Quienes estudian y retratan periodos históricos tendrían que, si es que quieren aportar algo, ser conscientes de que incluso en las épocas más revisitadas existe una ausencia: la falta de representación de las mujeres en los relatos.

Portrait de la jeune fille en feu es una filme de época -un film de costume– que se sitúa a finales del siglo XVIII y que ganó la Queer Palm en Cannesporque cuenta otras historias.

El arte 

La película revisita un periodo tan bien representado y estudiado como el siglo XVIII en Francia, cuando se llevaban a cabo los grandes salones como el Salón de París. Espacios que han sido muy revisados por la historia del arte europeo, de los que en su momento Charles Baudelaire escribió y Honeré Daumier caricaturizó. Salones que, pese a ser abiertos al público femenino, las obras expuestas eran de artistas hombres que, a su vez, representaban a mujeres. Aunque eso no quita, que como lo hace la protagonista de la película, existieran mujeres que expusieron en estos, como la princesa Mathilde (1820-1904), prima de Napoleón III.

Pero no siempre fue así, Bonnie S. Anderson y Judith P. Zinsser en su libro Historia de las mujeres: una historia propia, explican cómo antes del siglo XVI, las mujeres trabajaban como artistas de modo parecido al de los hombres, ya sea a través de la Iglesia o de su participación en el oficio de la familia. Por ejemplo, en la lista de ocupaciones de París de 1292 se incluía a ocho mujeres iluminadoras. Por su cuenta, en los archivos de las ciudades belgas, alemanas e italianas aparecen también los nombres de otras mujeres, por ejemplo: Catalina de Bolonia, miniaturista y calígrafa del siglo XV.

En el largometraje, Marianne, una joven pintora llega en lancha a una isla con la misión de retratar a Héloïse, sin que ella se dé cuenta, ya que se niega a posar porque, simplemente, no quiere casarse: y el retrato tiene una función social, la de herramienta para la institución matrimonial. Todo transcurre en un lugar alejado, un mundo aparte, un espacio insular que fue filmado en la Bretaña.

Ella se rehúsa a ser retratada porque no quiere que el retrato sea mandado a su futuro esposo, quien, a su vez, era el prometido de su hermana, misma que se había suicidado.

La medicina 

Esta es una historia de aborto, de mujeres artistas, de amor entre mujeres, va sobre el suicidio, sobre la mirada, la maternidad, la representación y la amistad. La presencia de la medicina tradicional también tiene un rol, si bien breve, trascendente en el filme. 

Tal como Anderson y Zinsser explican, las mujeres europeas siempre han tenido la responsabilidad en la atención médica de sus familias y, por obvias razones, el monopolio respecto de los partos: son quienes tienen un útero las que saben de obstetricia.

Además de los conocimientos transmitidos de boca en boca, también de manera “formal” las mujeres europeas tuvieron  acceso a las academias de medicina durante el medievo. Por ejemplo Dorotea Bocchi se graduó de Bolonia en 1390 y sucedió a su padre. 

Desde 1292 en los archivos de París aparecen barberas cirujanas y hasta 1694 las corporaciones francesas permitían a las viudas que continuaran su trabajo si este había sido el oficio de su marido. 

Como explican las autoras, en el siglo XVI se les negó a las mujeres el derecho a impartir educación formal y para compartir su conocimiento optaron por escribir guías médicas. 

El clima misógino repercutió severamente en una tradición femenina como la partería. Por ejemplo, el científico inglés William Harvey —a quien se le atribuye la primera descripción de la circulación—, en 1651 escribió en contra de las parteras. Y en el resto de Europa, tal como señalan Zinsser y Anderson, prevalecieron las supersticiones que hablaban de la alianza “con el diablo” de la curanderas. Por ejemplo, en 1558, para obtener su licencia en Londres, Margett Parry prometió al obispo “no utilizar la brujería.” 

Paulatinamente los médicos desplazaron a la parteras y los artistas a las artistas, porque al ser excluidas de la formación profesional -los hombres controlaban los gremios, las academias, el mecenazgo o las licencias- para darle espacios protagónicos  únicamente a los varones, a las mujeres no se les permitió sobresalir en las disciplinas “masculinas”, de manera que comenzaron a ser rezagadas. 

Por ejemplo, en las academias de arte a las alumnas no se les dejaba participar en las clases de figura anatómica -como dibujantes, porque sí que podían ser modelos ante la mirada de los hombres-, por lo que eran relegadas a “géneros menores” como el bodegón —sobresale, entre otras, las naturalezas muertas de Judith Leyster (1609-1660), Rachel Ruysch (1664-1750), Clara Peeters (1594-c.1657) o Giovanna Garzoni (1600-1670)— en vez de los cuadros de pintura de historia, el género más aclamado que requería conocimientos de anatomía. 

La protagonista de la película, una mujer pintora e hija de un pintor —en ese sentido recuerda a Artemisia Gentileschi (1593-1653)—, cuestiona en distintas ocasiones durante el filme, el papel al que fueron relegadas las pintoras. Existe otra película de época sobre Artemisia, de la directora Agnès Merlet (1997).

La historia es profundamente femenina, es una que con muy pocos personajes, construye un ambiente íntimo, sororal, que prescinde de los varones. A su vez, la misma película fue hecha por mujeres, producida por Véronique Cayla, Bénédicte Couvreur, con la mirada de la cinematógrafa Claire Mathon. Las actuaciones principales  son de Noémie Merlant y Adèle Haenel. 

Esta también es una historia de amor entre dos mujeres, que a diferencia deLa Vié d´ Àdele (2013) —dirigida y escrita por Abdellatif Kechiche—, otro filme francés en el que los dos personajes principales son mujeres que se enamoran, esta película fue dirigida por una mujer, Céline Sciamma. Es una historia de mujeres contada por mujeres.

Durante el filme hay una reflexión constante sobre el papel de la mirada, la mirada para para la creación, la mirada como un diálogo al enamorarse, la mirada cómplice, la mirada de Orfeo cuando baja por Eurídice. 

También, es un filme donde los ruidos y la música marcan pautas importantes, con música original de Jean-Baptiste de Laubier y Arthur Simonini o “Verano” de las Cuatro estaciones de Vivaldi. 

La película ha llegado a México con el Festival de Cine de Morelia. Espero que pronto abran más fechas en más salas. Es un filme que también es relevante en esta geografía donde, poco a poco, se reconoce y se muestra la obra de mujeres artistas que han sido omitidas de la historiografía del arte en México. Como ejemplo: las exposiciones recientes de Nahui Ollin en el MUNAL (2018), Remedios Varo (2018) y Leonora Carrington (2018) en el MAM, o de la gestora del arte, editora, escritora y antropóloga Anita Brenner, actualmente en el MUNAL. Existen muchas otras cuyo trabajo hay que estudiar y divulgar.

Las mujeres tenemos que reconstruir nuestros referentes, contar nuestras propias historias y necesitamos ver, escuchar y leer la de las demás: revisitar los periodos que sean necesarios la veces que sea necesario. En ese sentido esta película es enriquecedora, es una mirada fresca a un siglo tantas veces representado.