La tristeza me cruzó el cuerpo (Revista Gatopardo)

Publicado en Gatopardo

Publicado en Gatopardo, febrero, 2024.

El siguiente texto no es parte del libro de Mapas corporales (2023), no obstante, tiene todo que ver con el libro que recientemente publicamos Claudia de la Garza y yo. Podría decir que es una presentación a este o una introducción al libro; narro un poco como funciona mi proceso de creativo y trato de compartir en caso de que alguien resuene conmigo, porque la escritura no la hacemos las personas en cuartos propios cubiertos con un aura de intelectualidad, una cortina que nos mantiene a quienes nos dedicamos a la escritura aisladas del resto del mundo. Una escribe donde puede, con lo que puede, con lo que tiene. A veces en servilletas de algún café, otras en el celular en el transporte público. En mi caso, las preguntas que marcan mis investigaciones usualmente ocurren mientras cuido niñas o cuando leo otros libros y mis mejores respuestas aparecen cuando por la noche salgo a correr y el silencio y la oscuridad de la ciudad me permiten concentrarme en observar cómo pienso lo que pienso. 

Hace un año. Tuve una crisis fuerte. Yo no podía dormir, no podía comer, empecé a bajar de peso a ritmos preocupantes, perdí la menstruación, tuve que usar medicamentos psiquiátricos que de algún modo, al dormirme,  podría decir que me salvaron la vida. Mis emociones y el vivir con una neurodivergencia, cruzan mi cuerpo. La pesadez en los hombros, la hipersensibilidad a la luz, el dolor en la barriga, la intolerancia a los sonidos fuertes y a las masas de personas. La diarrea nerviosa, el salpuillido, el dolor de piel.

Había quienes me veían y me felicitaban, te ves muy bien, muy flaquita me dijo alguien en mi familia con buenas intenciones pero terriblemente errado. No estaba bien, estaba deprimida y con una gastritis insoportable. Vivo en un mundo que me felicita si bajo de peso, un mundo gordofóbico y misógino que me enseñó, quizás sin siquiera percatarse, a mantener mi hambre pequeña: mi hambre de comida, mi hambre de sueños, mi hambre tener opiniones, mi hambre ocupar el espacio, mi  hambre de hablar en voz alta, mi hambre de disentir y romper las reglas que creo que son injustas. 

Un cuerpo que no come es uno débil, uno que enferma, que está cansado y habla con voz baja. Pero para vivir se necesita comer, se necesita ocupar espacio. Crecí en un mundo que a través de la publicidad, el sistema médico, la escuela y mi familia me enseñaron  desde pequeñita a odiar mi cuerpo por no ser, como tampoco lo es mi mente, lo suficientemente adecuados. 

Semanas y meses después, con la frialdad, la tenacidad y la disciplina que me caracterizan pude escribir e ilustrar este libro. Tardamos Claudia y yo otros seis meses más en acabarlo. La paciencia y generosidad de nuestra editora, Fernanda Álvarez, una vez más rindió frutos. En estos meses escribí del cuerpo mientras sanaba a mi cuerpo, mientras lo veía de nuevo transformarse. He recuperado mi fuerza física gracias a las horas incontables de caminata, trote y bici. Salir a correr de noche, pese al miedo y el acoso callejero intermitente es, junto con andar de bajadita, es de los momentos más placenteros que tengo. Disfruto de nuevo hacer deporte, el sudor en mis caderas, reconocerme fuerte, resistente y poderosa me satisface. Disfruto mi cuerpo. 

Poco a poco, también, me regresó el apetito, aunque me sigue costando un poco todavía comer. Mi cuerpo es distinto. Tengo menos pelo en la cabeza, probablemente por los antidepresivos (prefiero quedarme calva que tener ganas de matarme, le decía de broma a mi psiquiatra, no le dio risa), menos pelo en el cuerpo (seguramente por los años de consumir anticonceptivos hormonales), más caderas, algunas canas, más celulitis, menos granitos, un piercing en la nariz y un refuerzo de la vacuna para el papiloma humano, tres vacunas contra el covid 19 y la experiencia de un mes tomando antirrerovirales todas las noches. Múltiples exámenes de sangre y de fluidos vaginales, ahora, que por fin le he perdido el miedo a llamar un poco más la atención, me pinto los labios de rojo de vez en cuando. Me gusta el tono, me recuerdan a mi mamá. Cada día me parezco más a ella físicamente y eso me gusta (nada en contra del gen Derbez, pero híjole lo preponderante).

Antes de meterme a bañar me miro al espejo, miro mis pezones, mi lunar entre mis pechos y observo la perla que cuelga sobre mi cuello y me gusto, me gusto muchísimo. Por primera vez en mi vida me gusta lo que miro. Se siente raro gustarse. Qué triste vivir en un mundo que nos ha dicho por años que no nos debemos de gustar si no somos perfectas, como si la perfección existiera. La perfección es un fraude. Para hacer este libro también me tuve que desnudar y desnudar a otras personas, en un sentido literal de la palabra. 

Al principio, al no poder costear modelos recurrí a un espejo. Esa que miran en varias de las ilustraciones soy más o menos yo, con otras dimensiones, a veces más grande y otras más pequeña. Otros cuerpos retratados fueron inspirados en fotografías encontradas en libros e internet. Algunos más fueron personas voluntarias a las que les agradezco enormemente la confianza. Es curioso representar la desnudez. Es muy común en la historia del arte encontrar retratos de mujeres que fueron amantes del pintor en turno, es raro al revés. Fueron varias las personas que tras ver las primeras ilustraciones me dejaron dibujarles, gracias por la confianza de dejarse mirar. Por habitar su desnudez frente a mis ojos. 

Con el tiempo la felicidad también cruzó mi cuerpo, el placer de la comida deliciosa, el calor del sorbo del café mientras escribía el libro, las ideas que se me ocurrían mientras estiraba la espalda en alguna postura de yoga, las personas que me abrazaron por las noches, los suspiros. 

Como nos lo recuerdan todo el tiempo las teóricas decoloniales y feministas, sentimos y pensamos. No son cosas separadas, Descartes puede descansar un rato junto con el resto de los señores europeos, está bien estudiarlos pero no son los únicos. Para las personas como yo, que vivimos en el espectro autista, que sentimos mucho y también pensamos con demasiada intensidad, este tipo de ejercicios: escribir intensamente sobre un tema, en este caso sobre los significados sociales que cruzan el cuerpo, es un reto profundamente placentero, nos ayuda a entender cosas de nosotras mismas. Este libro, de algún modo, es una carta de amor a mi cuerpo, a mi mente, y también es una carta que regalo a quien se quiera acercar a leernos. 

A su vez, quiero agradecer profundamente a mis amigues y mis comapeñeres trans cuya generosidad intelectual permea las paginas de Mapas corporales. En un mundo donde el odio se organiza para quitar derechos y limitar la vida de las personas, mis amigues trans me enseñan como la libertad se conquista, sus cuerpos son la poesía de la resistencia a las narrativas binarias que son coloniales, racistas, misóginas y, por si fuera poco, en su rigidez insípida, carente de imaginación, son profundamente aburridas. 

Este libro es un recordatorio constante de que somos vulnerables y es precisamente el fruto de esta vulnerabilidad y del dolor profundo que sentí en noviembre de 2022, junto con el amor de las personas solidarias que me cuidaron y me quieren y las quiero, que pudo nacer la parte que me corresponde de Mapas corporales. Espero que les guste, que les sirva, y sobre todo, que les ayude a acercarse a su cuerpo y a otros cuerpos desde el más intenso amor y el más profundo respeto.