Las personas trans, con o sin esa categoría, han existido a lo largo de la historia en diferentes civilizaciones. No es algo nuevo ni invento de un “lobby internacional” ni una “moda en YouTube” o demás teorías de la conspiración que rondan por ahí. A mi entender, el hecho de que no sepamos de la existencia de las personas trans a lo largo del tiempo obedece a la pobre educación sexual e histórica que recibimos desde nuestros primeros años de vida. Por ejemplo, tan solo en México, en Xochipala, Guerrero, es posible encontrar la escuela primaria Coronel Robles, en honor al revolucionario zapatista Amelio Robles, de quien sabemos, gracias a la investigación de Gabriela Cano, una reconocida académica de El Colegio de México, que se trata de alguien que nació con el nombre de Amelia y decidió ser nombrado como Amelio, varias décadas antes de la popularización de la palabra “trans”.
Otra persona emblemática en la historia de los derechos de la diversidad sexual y de las personas que viven con VIH es Marsha P. Johnson (1945-1992), una de las activistas que lideraron la famosa revuelta de Stonewall, un momento clave en la historia reciente de Estados Unidos y un parteaguas en la lucha por los derechos LGBTQ. Marsha era una mujer negra que junto con su amiga Sylvia Rivera cofundaron la organización Street Transvestite Action Revolutionaries (Revolucionarias Activistas Travestidas Callejeras, STAR).
Por otro lado, en algunas sociedades se conciben más de dos géneros, por ejemplo, las personas muxes en el Istmo de Tehuantepec o en Indonesia las personas buguis. Es por ello que el sistema binario de género también se considera una oposición colonial. Tal como Oyéronké Oyewùmil ha investigado en su libro La invención de las mujeres (1997), el sistema de género fue impuesto en la sociedad yoruba en Nigeria con la colonización.
Esto es preocupante en muchos aspectos, principalmente, porque estos discursos al articularse niegan derechos, y los derechos, así como se conquistan, se defienden.
Pueden a veces sonar, en una primera instancia, atractivos, “tener sentido” o apelar a emociones y preocupaciones comunes, pero luego, si los rascamos un poco más, no solo son contradictorios o problemáticos, son una entrada a estigmatizar y negar derechos de personas que salen de la lógica binaria con la que crecimos. Es común que tengamos dudas, que no sepamos qué quiere decir “trans” o que no reconozcamos en la historia a una persona trans y por eso pensemos que es algo “nuevo” y lo rechacemos por el miedo que nos puede provocar lo desconocido. Pero, por suerte, estamos en una época bastante diferente a la de Amelio o Marsha, y tenemos mayor información a nuestro alcance.
El equipo de Casa Frida, un espacio importantísimo en la Ciudad de México que surge como refugio para acompañar y cuidar a personas LGBTQ que sufren violencia en sus hogares, en entrevista me explican cómo los “discursos transfóbicos son discriminatorios, antiderechos y de odio”. Y que, lamentablemente, se han vuelto muy atractivos dentro de algunos feminismos porque “están construidos desde el enojo, la impotencia y el miedo, el victimismo”.
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