Lecciones de un corazón que se cura a sí mismo (La Pluma Abominable)

Publicado en febrero de 2023 en La pluma abominable

Para quienes me cuidan. Siempre. 

 

Lo único que te pido a cambio es que, cuando hables conmigo, cuides tus palabras. Que tus palabras sean justas. Que sean del tamaño de tus sentimientos. Porque si tú me dices “no” para mi es no. Y si me dices “llueve” para mi está lloviendo (…)

Rosario Castellanos 

 

Si estás leyendo esto puede ser que tengamos algo en común: a ti y a mí se nos rompió el corazón. A lo largo de este texto quiero contar mi proceso de duelo porque quizá te sirva, porque creo que hablar de lo más personal para compartir nuestro conocimiento empírico es de las cosas más poderosas que podemos hacer entre nosotras. Lo personal es político dicen las feministas y es cierto: lo personal está profundamente permeado por lo estructural y por ello hablar en voz alta de lo que es íntimo transforma lo social. 

No voy ahondar mucho en detalles y omito temas delicados de terceros, no busco hacer sentir incómodas a las personas involucradas, no porque no guarde algo de coraje, aunque cada día menos (reconozco la importancia y la legitimidad del enojo en el duelo y no me interesa criticar a quienes llevan con rabia este proceso, sobre todo porque a las mujeres nos fiscalizan continuamente las emociones), sino porque simplemente no lo necesito. Hablo desde mi experiencia, desde donde estoy parada. Es mi “versión de las cosas” y comparto lo que viví con quien sea que resuene conmigo. Lo hago porque estoy cansada de los secretos a voces, de guardar las apariencias porque hemos aprendido a silenciarnos ante la situaciones que nos hacen sentir lastimadas y avergonzadas por “haber permitido” que nos trataran así o para evitar ser tachadas de “locas” y de “intensas”, esa palabra que ha venido a reemplazar el viejo “histéricas” pero sin quitarle la carga de misoginia.  También escribo esto porque reconozco que hay una especie de culpa revictimizante entre algunas mujeres que nos consideramos feministas y nos relacionamos sexoafectivamente con hombres en vez de hacerlo exclusivamente con mujeres, una losa que nos hace callar ante situaciones de maltrato (como si de algún modo las mereciéramos) y hoy quiero encararla. A veces contar tu vivencia te ayuda no sólo a sentirte libre, también acompañada, porque hay otras mujeres que están pasando por algo parecido. 

Todo empezó aquella noche de domingo fuera de casa de mis padres. Yo acababa de regresar de un complicado viaje de trabajo y platicaba sobre eso con él. Claramente no estaba enterada de lo que iba a pasar. Se estaciona y me dice “ya lo pensé bien y necesito un tiempo” porque “ya no te puedo sostener emocionalmente…” Yo tuve que poner las palabras, porque “ese tiempo” no era un periodo definido. Cinco años de relación terminaron de golpe, sin previo aviso –pensé en ese momento–en el asiento delantero. 

Lo inverosímil de la situación me hacía sentir como si se tratara del fin de un noviazgo de prepa después de un par de meses de darnos la mano en el receso: cortábamos en el auto de su padre afuera de la casa de mi familia. Pero en este caso se trata de una persona con quien compartía planes a largo plazo, mudanzas trasatlánticas, gatos, finanzas y, sobre todo, compromisos. 

Recuerdo con claridad abrumadora esa escena, las frases que dije y que escuché. Pero mi recuerdo de los siguientes días es nebuloso. Dormí en la cama de mi madre. Cuando digo dormir miento un poco, dormitaba y mareada iba al baño, tomaba agua y por momentos sentía que no podía respirar, que no me alcanzaba el aire. 

Ese lunes, disciplinada como soy, no sé ni cómo, me levanté para cumplir con mis compromisos. Estábamos en una reunión en Xochimilco y le pedí a mi socio regresar más temprano porque simplemente no podía mantenerme de pie, había dormido no más de tres horas. Recuerdo la belleza de la luz que iluminaba las nopaleras, trataba de concentrarme en mirar el paisaje para evitar llorar. 

“Sostenerte emocionalmente”, aunque sus frases sonaban premeditadas la selección difícilmente pudo ser más hiriente, porque lo que a una la lastima no es una oración como tal, sino la manera en que las palabras rozan nuestras heridas. Cada quién tiene heridas en lugares distintos; por eso lo que le duele a una no lo hace igual a la otra. No deja de sorprenderme que, conociéndome tan bien, él optara por punzar en una zona tan frágil, abriéndome una cicatriz tan vieja. 

Los siguientes días fueron peores. Me asfixiaba la sensación de que todo era mi culpa. La última noche que pasamos juntos había tenido un ataque de ansiedad muy fuerte (y aunque fue el primero en más de un año fue uno de los peores porque me auto agredí físicamente, cosa que me hacía sentir muy avergonzada). ‘Seguro por eso le alejé, le asustó mi meltdown‘. Todo era mi culpa porque yo era demasiado difícil, demasiado rara, demasiado incómoda para una relación “normal». Nadie podría “sostenerme emocionalmente” y no merecía ser amada. Mi peor miedo se volvía real: yo era “insostenible”.

 

Primera lección: antes, durante y después de una relación hay que priorizar la responsabilidad afectiva

Días después vi a una amiga del fútbol que lleva toda su vida profesional trabajando en organizaciones de derechos de las mujeres. Lúcida, como siempre, me ayudó a abrir los ojos: me explicó que no había responsabilidad afectiva en su frase en su “no te puedo sostener emocionalmente”, que se vale salir de una relación de pareja por voluntad propia, “y no culpar a alguien más por tener muchas emociones.” Ahí inició mi primera lección. 

Poco a poco me di cuenta de cómo había vivido una serie de manipulaciones desde meses antes de aquella noche en el auto. Ese fue un golpe enorme a mi ego. ¿Cómo era posible que yo, la que aconseja siempre a sus amigas dejar aquella relación que les hace daño, yo, la que escribió un libro de machismos cotidianos que muchas mujeres han usado como guía para identificar patrones sexistas en sus relaciones, no había visto decenas de señales en mis narices? Sentía vergüenza. Había normalizado esperar poco porque “debía” dejar de ser “tan exigente” con mi pareja. Mi psicólogo me recordó que nadie se puede analizar a sí misma con éxito. 

Dejé de comer, simplemente no podía tragar. Sentía que el mundo se me caía a pedazos. Cuando me deprimo el apetito se me escapa por completo. No me veo bien, las ojeras se marcan, mi piel se vuelve seca y mis clavículas empiezan a asomarse mientras van desapareciendo paulatinamente mis mejillas. Me veo muy diferente que cuando hago ejercicio de manera regular y como a mis horas. Sin embargo, es cuando más cumplidos recibo: “te ves super”, “cuerpazo… ¿Qué dieta hiciste?” Qué duro es que el canon de belleza promueve la delgadez de las mujeres sobre su bienestar físico y emocional. 

 

Segunda lección: pedir ayuda 

Regresaron a mí los pensamientos suicidas que han estado ahí latentes desde la pubertad. Empecé a sentir mucho miedo por la claridad con la que comencé a planear en distintos lugares maneras de matarme. Recuerdo la satisfacción que me provocó la fantasía de morir en un accidente de tráfico. Cuando se acercaba peligrosamente un pesero más que molestarme deseaba que me chocara. Es como si una mente alterna, distinta a la mía pero dentro de ella, estuviera eligiendo constantemente cómo es que llegaría mi muerte. Si escribo sobre esto es porque creo firmemente en la importancia de hablar de salud mental, sin prejuicios y sin estigmas. Pero acepto que no es fácil mostrarse vulnerable así en público. 

Estábamos mi socio (quien también es mi mejor amigo, y fue mi pareja hace años) y yo en una torre altísima al sur de la Ciudad de México, de unos treinta pisos. Vi el balcón y me imaginé escapando de mi realidad por ahí. Mientras él estaba en la cocina, sentía que algo me impulsaba a acercarme, quería acercarme. Me limitaba pensar que si moría de ese modo él se metería en serios conflictos legales y no quería causarle problemas, imaginé  las tipologías posibles de cualquier acusación hacia él y no podía hacerle ese daño… todo eso pasó por mi cabeza. Fue en ese momento que pedí ayuda. 

Esta es la lección más importante. No estaba, ni estoy, ni de lejos, en el mejor momento económico de mi vida, pero asistir a tratamiento psicológico y, al ser necesario, psiquiátrico, es la mejor inversión que pude haber hecho. Pasé por los momentos más oscuros y me volví más fuerte acompañada: al pedir ayuda profesional, logré aceptar que me puedo sentir mal, pero que, como las relaciones de pareja, nada es permanente, ni el más profundo dolor.

 

Tercera lección: no dejar tu carrera laboral ni académica por una relación, y no descuidar tus ahorros

 El dinero es otro tema. Los gastos divididos entre dos y las deudas adquiridas tras cursar un posgrado en el extranjero me pusieron en una situación vulnerable. En uno de los momentos donde el partido se ponía más difícil, mi equipo había dejado las canchas. No acostumbro a pedir ayuda económica a mis padres a menos que sea una emergencia. No es un tema de “orgullo”, sino que simplemente fui educada para ser independiente. 

¿Pero qué iba a hacer con tantas responsabilidades encima? La respuesta fue obvia: seguir trabajando. No quiero hacer una apología al burn out, pero debo de aceptar que tener que despertar para cumplir con mis tareas (aunque fuera con mi computadora desde la cama porque la fuerza no me daba para levantarme) mantenía mi mente ocupada. A su vez decidí hacer solo lo estrictamente necesario. Rechacé ir a entrevistas, asistir a foros y mesas redondas más que a las pactadas meses antes. Pese a que agradezco mucho ser contemplada en estos espacios, reconozco que me drenan mucha energía y aunque creo que sé hablar bien en público no lo disfruto del todo, fue liberador decir que no. 

Sobre todo, este proceso me hizo darme cuenta, con bastante orgullo, que mantenía mis relaciones laborales con mis clientes y con mi estudio de pie aunque habían sido meses complicados. Durante varios años mi pareja ganó más dinero que yo aunque trabajara menos horas. En parte porque nuestros campos laborales son muy distintos y por otro lado porque yo “empecé desde más abajo” que él en los puestos de trabajo. Si bien repartíamos las cuentas de manera relativamente equilibrada, siempre tuve menos ingresos. Es por este motivo que me volví muy cuidadosa con mis ahorros y mis compromisos profesionales pese a las críticas que ocasionalmente recibía: “para qué te estresas con dos trabajos, que él pague” o “estás obsesionada con ahorrar” y “te preocupas demasiado por el futuro”, como me decía él recurrentemente. 

Qué bueno que no les hice caso a esos comentarios, porque mis ahorros me han mantenido de pie en lo que me estabilizo. En un mundo donde existe una disparidad salarial tan cruda, cuidar nuestro dinero significa proteger nuestra independencia. Yo entiendo que la letra de la nueva canción de Shakira con Bizarrap es en algunos sentidos bastante problemática, pero cuando dice ”las mujeres ya no lloran, las mujeres facturan”, me sentí alegremente identificada. No porque crea en el “empoderamiento femenino” basado en las lógicas del mercado, sino porque entiendo que la independencia económica es crucial para salir de una relación cuando vivimos en un sistema patriarcal. 

Este último punto me hizo sentir que realmente esta ruptura, aunque fue abrupta, tampoco había llegado “sin avisar”, como lo pensé en un inicio. Hace casi un año nos “dimos un tiempo”.  Reconozco que durante ese periodo quise terminar con él tras una crisis fuerte de confianza pero en gran parte no lo hice porque no podía costear en ese momento mudarme sola en una ciudad con alquileres exorbitantes, sobre todo siendo estudiante. Recuerdo que le dije a mi terapeuta que me parecía el colmo que a mí me pasara algo así, que estuviera amarrada a un contrato de renta con un hombre. Y aunque me sentía avergonzada quería “reparar” la relación. 

A veces creo que las mujeres estamos educadas para “aguantar”, romantizamos superar ciertas humillaciones y dar la mejor cara “por amor”. Por eso cuando mostramos enojo o cometemos cualquier error en el trato con otros hombres somos rechazadas, tachadas de histéricas, intensas, o “demasiado feministas”, “feminista de las malas”.  Hoy sé que para reparar algo de dos se necesitan dos. En retrospectiva, me siento orgullosa de que, pese a las adversidades, concluí mis estudios de manera exitosa. 

También creo que me mantuve en esa relación porque, aunque me cause algo de vergüenza aceptarlo, el haber cumplido treinta y tener una pareja estable me daba cierta tranquilidad social. Me sentía aceptada ante los ojos de las demás personas y, aunque me incomodara que me preguntara por “nuestros planes” sobre tener bebés (cuestionamiento por demás invasivo), no me molestaba la idea lejana de maternar; más desde que mis reuniones en distintos círculos se volvieron pláticas sobre lactancia, óvulos refrigerados y dietas para la fertilidad. La fantasía de un embarazo, aunada a que llegué a la edad que mi madre tenía cuando nací, me hacía imaginar la familia que quería tener en oposición a la familia que no tuve al crecer. 

Ahora que he alcanzado esa edad, siento que la vida me ha hecho parirme de nuevo, para redescubrirme, para aprender a mirarme y sentirme de nuevas maneras. También este año, y tras el duelo, me he acercado a mamá como nunca, reparamos algunas fisuras; nuestra relación comenzó otro ciclo. Es de los regalos más bellos que me deja este proceso.

Una de las cosas que más me lastimó durante el último año de la relación de pareja es que él me decía frecuentemente que yo no era independiente; esto es cierto únicamente en el sentido de que a lugares públicos con gente desconocida o donde hay mucho ruido necesito ir acompañada, lo mismo para rellenar documentos burocráticos. De hecho, hay una explicación psicológica por la cual requiero este tipo de “ayuda” (hice una TEDx Talk en la que hablo de ello, la pueden ver aquí. 

Lo peor de esta mentira es que comencé a creer que era cierto (y probablemente él también lo crea y más que mentirse a sí mismo se refleja en mí). En este proceso no sólo confirmé lo extremadamente capaz de salir adelante que soy, sino que también tengo independencia económica, laboral, y sobre todo emocional. Hoy me alegra mucho darme cuenta de ello. También aprendí que no es malo que necesite acompañamiento para hacer ciertas actividades y no debo de sentirme avergonzada por ello, las personas dependemos unas de las otras, nadie debe de tener que “poder con todo sola.” Por ello hay que apelar al cuidado colectivo y a los lazos solidarios. Aunque también es cierto lo que dice Miley Cyrus: una puede comprarse a sí misma sus propias flores. 

 

Esto me lleva a la cuarta lección: la sororidad es un pacto político, no una carta en blanco ni una narrativa que romantiza el convertirse en una mártir para no confrontar 

Quizás esta es la lección que más me cuesta hablar en público; precisamente por ello lo voy a hacer.  En enero del año pasado él me contó sobre los mensajes con aquella persona. Justamente en esa semana yo estaba en las entregas finales de la maestría y saliendo de covid, no pudo elegir una peor época para confesar sus culpas. Fue una pesadilla y mirando en retrospectiva no sé cómo le hice para ser resiliente. A veces creo que una guiada por la esperanza pero también por el sentido de la obligación, tolera hasta que las cosas se “pongan peor” para salirse de una relación en vez de marcar límites y soltar desde el principio del fin. No me parece casualidad que días después me enfermara de cistitis por semanas, de las cuales estuve una en cama.

            Jamás revisé su teléfono pero era evidente cuando se escribían y además los mensajes a veces aparecían frente a mis ojos cuando él me mostraba algo en su celular o su computadora. Al principio traté de abordar esta incomodísima situación de la manera más tranquila, obligándome a tener una gran templanza. Le pedí ir a terapia de pareja (no quiso) y que hiciera ciertas enmiendas (no hizo). Le dije que entendía que el deseo era algo complejo pero que me sentía manipulada y en varias ocasiones le externé que lo que más me dolía de la situación es que me había expuesto: había abierto nuestra vida privada y mi sexualidad, con alguien más y yo soy una persona bastante más introvertida de lo que aparento, atesoro la discreción y él lo sabe. En ese aspecto abrirme para publicar este texto es de las cosas más retadoras que he hecho.

Cuando acabó la relación me enojé con él, no con ella, pero me parecía incómodo que ella revisara mis redes sociales (no hay que ser una genia del internet para darse cuenta quién ve tus historias de Instagram, más si tienes varios contactos en común). Días después, tras el sabio consejo de una amiga, la busqué de vuelta para bloquearla en distintas redes. Aunque vi muy brevemente y de reojo sus fotos me dio la impresión de ser más joven y físicamente  muy bonita (en términos hegemónicos), pero decidí no mirar sus retratos con cuidado, porque del feminismo aprendí a no compararme, a no competir con “la otra.” 

Fue así que me percaté que él continuaba siguiéndola, incluso después de nuestras conversaciones respecto de lo incómoda que era la situación para mí. Bloqueé a ambos y me hizo bien porque, como dice el dicho, ojos que no ven, corazón que no siente. A ella no la responsabilizo por interactuar de la manera que lo hizo con una persona que tenía una pareja en una relación monógama, eso recae en él, pero también me di cuenta de que no quisiera estar en su lugar, no me gustaría jamás hacerle daño a otra mujer, haciéndola sentir de manera indirecta insegura, humillada o expuesta. Así también entiendo yo la sororidad. 

 

Quinta lección: Así como mi salud mental es mi responsabilidad, también mi salud física lo es

Ya hablé de depresión y suicidio, ahora es turno de hablar de otro tema tabú: la salud sexual. Uno de los principales motivos por los cuales prefiero las relaciones monógamas tiene que ver con la salud sexual y reproductiva. No me gusta correr muchos riesgos y cuando hay ciertos acuerdos me siento en confianza de usar métodos anticonceptivos hormonales en vez de barrera (esta es mi decisión, no hay una fórmula única ni una correcta; si tienes dudas para elegir métodos habla con tu ginecóloga). Al perder la confianza en la palabra de mi ex pareja decidí que lo mejor era tomar cartas en el asunto y hacerme exámenes para identificar ITS, solo por si acaso. Ante la mínima duda, mejor estar prevenida; nunca es exagerado cuidarse. Hacerte pruebas para ti y no porque alguien más te las pida es también autocuidado y cuidado colectivo. Si bien no es un proceso cómodo, recomiendo absolutamente invertir tiempo, dinero y energía emocional en hacerlas. El peor escenario posible no es tener un resultado positivo, sino tenerlo y no saberlo. Un diagnóstico temprano es mejor siempre para atendernos y tratarnos. 

 

Sexta lección: no tienes que llevarte bien con tu ex, poner límites firmes es sano

Me siento muy orgullosa de tener, en términos generales, muy buena relación con ex parejas y con sus actuales parejas. Por años consideré que eso hablaba bien de mí: tengo responsabilidad emocional, elijo relacionarme con personas amables, no soy posesiva. Sin embargo, con este proceso aprendí que no siempre tiene que ser así. No tengo que caerle bien a mi ex ni él a mí, no le debo más trabajo emocional y eso está bien. A veces es mejor que cada quien haga su propio cierre de manera independiente. 

No hay que forzar ni forzarse a convivir con alguien más si eso es muy incómodo o doloroso. Aprendí que poner límites no me hace egoísta porque antes de cuidar a alguien más tengo que cuidarme a mí. Quizás él no está contento con mis barreras, pero no necesito su aprobación y, para el caso, qué mejor que prescindir de la aprobación masculina en general. Lo que sí sé es que, aunque no quiero verlo, le deseo en verdad lo mejor: que encuentre la calma que necesita, que sane, que sea capaz de ver las muchas cosas bellas que tiene para dar (porque claro que las tiene), que sea feliz y pleno lejos de mí y, sobre todo, que trate bien a sus futuras parejas, que no repita los mismos atropellos.

 

Séptima lección: una sana acompañada

De mi anterior ruptura aprendí la importancia de procurar a las personas que quiero. Cuando terminé con mi ahora socio me di cuenta que uno de los problemas que teníamos es que ambos, al ser introvertidos y además no haber crecido en la Ciudad de México (donde nos conocimos), habíamos volcado en nuestra relación de pareja muchísima energía y con ello habíamos descuidado procurar otras relaciones de amistad y familiares. Y si bien, aunque no seré jamás la reina de la fiesta, durante los últimos años creé amistades hermosas que han sido cruciales en este proceso. Porque el amor de pareja no es el único amor de la vida y la amistad es una forma de amor muy profunda.  

 

Mis conclusiones (por ahora)

En términos generales, en estos meses he aprendido que el duelo no es algo lineal, tiene altas y bajas, que uno de mis peores miedos se cumplió y mi recuperación ha sido relativamente rápida porque yo estaba en cierta medida  bien: con una carrera propia, un círculo que me cuida, gente que me quiere y, sobre todo, porque he pasado años buscando conocerme, sin tener que abandonarme por tratar de adaptarme a la vida de alguien más.  

Aún tengo que trabajar en poder volver a confiar: desde los primeros días me di cuenta que no quería que él regresara, pero lo que sí quiero es que regrese a mí la confianza que le deposité. ¿Cómo puedo volver a ser vulnerable ante alguien más si la persona en quien más confié me traicionó? Esa pregunta me asalta casi todos los días.

El desamor significa aprender a domar las expectativas. Incluso aquellas que tú no construiste por completo, aquellas que alguien más fabricó por ti alrededor de ti y tú, conscientemente o no, decidiste adoptar. Aprendí que cuando una termina una relación siente un nudo en el estómago porque lo que romantiza es la relación que no existió, las expectativas a futuro (lo que pudo haber sido) o los mejores momentos del pasado (porque hubo momentos muy bellos que agradezco). ¿Pero qué es lo que echo de menos? ¿Los viajes y escapadas al bosque que no hicimos porque decidió posponerlos y viajar con sus amigos? ¿Las tardes de café en las que estaba ausente viendo su celular? ¿Las cenas a las que no me invitó? ¿Las promesas y los compromisos que decía que quería tener conmigo pero que nunca cumplió? ¿La boda que decía constantemente que quería celebrar (incluso frente a mi familia, semanas antes de la noche en el coche)? Qué bueno que no me gustan las fiestas grandes ni crecí aspirando a casarme ni creer que ese es “el mejor día” de la vida de una. Si hubiera crecido con el mandato del matrimonio hubiera sido aún más insoportable que jugara así con mis expectativas. Qué bendición es que siempre he sabido que la vida está llena de momentos hermosos, ceremonias íntimas y días de celebración profundos que acontecen acompañada y sola. 

En este proceso he encontrado dolor y belleza: ha sido muy lindo ver cómo mi familia me cuidó y mis amigues de Londres, de la Ciudad de México y de Xalapa me tienen cerca, me dieron su mano, habité sus casas y sus corazones. En los peores momentos, una conoce a quienes te quieren sinceramente y quienes no tanto. Me reenamoré: ahora de mí, caminé muchísimo con mi silencio y mi música, de Finsbury Park a Hampstead, de la Del Valle a las Águilas, de Aldama al Parque de los Berros. Amé la vida mientras enfrentaba pensamientos suicidas, honré el recuerdo de quien murió de esta manera y sigo amando. Descubrí en mí más fuerza y calma de la que creía tener y sobre todo más suavidad y ternura de la que pensé jamás encontrarme. 

Hay una especie de alegría rara al terminar una relación cuando te sientes traicionada, es algo liberador, con la serenidad que llega tras aprender a honrar lo que no fue. Es en esos momentos en los que sin siquiera proponértelo comienzas a agradecer lo bueno que te dejó. De las cosas más bellas de desenamorarse es darse cuenta de la flexibilidad que tiene el corazón; es impresionante cómo puede amar tanto y dejar de hacerlo. Porque el corazón sabe sanarse, es resiliente, aprende a perdonar, a volver a amar, a amar distinto, a amar menos, a amar más y, sobre todo, a amarse a sí mismo hasta su último latido.


Eréndira Derbez es historiadora del arte por la Universidad Iberoamericana. Es cofundadora del estudio de diseño Plumbago, en el que ha trabajado para distintas editoriales, medios impresos y marcas nacionales e internacionales. Ha publicado trabajos periodísticos en medios como: Así como suena, Radio Nederland Internacional, Animal Político, Este País, entre varios otros. Fue compilada en el libro Estamos de pie (Planeta, 2017) y su libro No son micro. Machismos cotidianos fue publicado por Grijalbo en 2020 en coautoría con Claudia de la Garza. Ha sido galardonada con premios como el Antonino García Cubas (INAH, SECULT) y fue acreedora de una mención honorífica del premio de periodismo Rostros contra la Discriminación (CONAPRED).

Julia Reyes Retana es arquitecta, aunque nunca se ha dedicado a la arquitectura. Tiene un taller y marca de costura “Chocochips Costura de Estación” dedicado a la producción de objetos textiles y a la impartición de cursos de costura y técnicas textiles. Dibuja desde que tiene memoria y la ilustración es la base de la que germinan todos sus proyectos, dibujos que se transforman en cosas. Actualmente dibuja todos los días y a todas horas