Publicado en Este país octubre 2021
Muchas feministas son críticas de la así llamada “moda” del feminismo. Sus preocupaciones van de la mano con la banalización de conceptos teóricos y la comercialización de “productos feministas” por parte de grandes empresas. Pienso, por ejemplo, en la camiseta Dior con la frase we should all be feminists o en la ropa de la marca de Beyonce, maquilada en condiciones que atentan contra la dignidad de sus trabajadoras en países empobrecidos, entre otras cosas.
La crítica es legítima y necesaria, pero también requiere matices. El hecho de que se popularice hace que se quite el estigma a quienes se nombran feministas o se le pierda el miedo a la palabra aborto (hace unos diez años ambas eran en términos generales tabúes). Ahora muchas adolescentes se acercan a teóricas a través de TikTok, hablan de educación sexual en Instagram, organizan manifestaciones por Twitter, pegan stickers en las calles con consignas políticas y hacen pintas en las paredes sobre el uso de misoprostol.
Yo misma, como lo he dicho en muchos espacios, antes que los libros o las clases, llegué a discusiones sobre feminismo gracias a YouTube, Wikipedia y Tumblr porque crecí en un contexto bastante alejado a estas conversaciones en donde los “grandes pensadores” eran todos hombres blancos. Entonces, si bien la popularización del discurso feminista ha acercado a muchas, sobre todo a las más alejadas de la academia o de los activismos, a hacernos preguntas relacionadas con las opresiones, el placer, la autonomía y los derechos de las disidencias sexuales, entre otras, también el sobresimplificarlo —que no quiere decir divulgarlo sino diluirlo— tiene sus riesgos: lo despolitiza.
“La historia de Sheinbaum es interesante para pensar sobre las implicaciones históricas que tiene la lucha feminista.”
Un ejemplo claro de esto, lo hemos visto con el regañón que nos puso una servidora pública, a la que curiosamente muchas apoyamos en su momento: Claudia Sheinbaum.
La historia de Sheinbaum es interesante para pensar sobre las implicaciones históricas que tiene la lucha feminista. Maestra y doctora en Ingeniería en Energía es en muchos sentidos una mujer pionera en su campo, no la única ni tampoco de las primeras generaciones, pero sí una antecesora importante.
Estudió en un espacio y campo masculinizado (las STEM) donde hasta hace no mucho el ser una mujer cruzando por el anexo de ingeniería de CU significaba arriesgarse a escuchar gritos y aullidos por parte de los alumnos con la venia de sus profesores. En una facultad donde hace cuatro años las puertas de los baños lucían pintas con frases como “ingeniería es para hombres” o “campaña: viola a una feminista.”
Sheinbaum es también pionera al ser la primera mujer electa para gobernar la Ciudad de México. Su trayectoria no es poca cosa, es a contramarea en un contexto universitario y político machista. Aún así, pese a su historia personal, ella se equivoca.
“Asistí a la toma de protesta de @evelynsalgadop primera gobernadora de Guerrero. Por cierto, no hay nada más machista que referirse a una mujer como hija de, la esposa de, etc; como si las mujeres fuéramos pertenencia de alguien…” tuitea Claudia Sheinbaum el 15 de octubre de 2021. En su atajo para prevenir la crítica, opta por el chantaje: nosotras somos machistas por oponernos a la candidatura y ahora gubernatura de Evelyn Salgado.
“Sheinbaum se equivoca no solo al tratar de manipularnos a través de su discurso supuestamente feminista, lo hace sobre todo al respaldar a un sistema que encubre presuntos violadores.”
Sheinbaum se equivoca cuando comparte su apoyo por Evelyn Salgado, una mujer política que está ahí como sustituta de su padre Felix “el toro” Salgado, acusado por diferentes mujeres de violencia sexual. Si bien Evelyn Salgado no es pertenencia de su padre, jamás se desvinculó de él. De hecho, incluso en su campaña política se hacía llamar “la torita.” Lo que es más importante: Sheinbaum se equivoca no solo al tratar de manipularnos a través de su discurso supuestamente feminista, lo hace sobre todo al respaldar a un sistema que encubre presuntos violadores.
Y es que hay algo que quizás no le queda tan claro a Sheinbaum: las mujeres también podemos ser opresoras de otras más vulnerables (como las feministas negras lo han repetido tantas veces, desde hace tantos años. bell hooks, por ejemplo, lo retrata muy bien en Black Women Shaping Feminist Theory). En este caso en específico, las mujeres más vulnerables son las víctimas de alguien con poder político y económico como Salgado Macedonio.
El mensaje de Claudia Sheinbaum nos recuerda los riesgos del feminismo diluido: no se puede usar la palabra sororidad para lograr metas políticas y profesionales, a costa de otras personas. Y menos en un contexto como el mexicano donde la violencia sexual alcanza cifras alarmantes; por ejemplo, 5 millones de mujeres mayores de 18 años sufrieron algún tipo de violencia sexual durante el segundo semestre de 2020 y durante ese mismo año el 98.6% de los casos de violencia sexual no se denunciaron, de acuerdo con México Evalúa.
“Eso es replicar las mismas estrategias de siempre: mantener las estructuras intactas por dentro aunque estén pintadas de morado por fuera.”
El espaldarazo de Sheinbaum a Salgado (y todo lo que eso ataña) probablemente tiene que ver con que lo que busca es lograr ser candidata a la presidencia y convertirse en la primera mujer en gobernar el país: un logro histórico. Sin embargo, eso no sería “un triunfo feminista” si implica hacer cualquier tipo de alianza, particularmente con presuntos violadores. Eso es replicar las mismas estrategias de siempre: mantener las estructuras intactas por dentro aunque estén pintadas de morado por fuera.
Es curioso cómo distintos sectores de la política partidista mexicana, por muy lejanos que sean, se encuentran en su machismo. El apoyo de Claudia a la familia Salgado y su regaño tuitero hacia nosotras hace eco con quienes insistían que éramos machistas por criticar a Margarita Zavala porque “ella no es lo mismo que Calderón”. Cuando Zavala hace política, lo hace desde el mismo lugar que su esposo: avalando la estrategia de seguridad que desató tanta violencia en el país y que, además, tiene implicaciones en la violencia de género, que parte de las mismas alianzas y del mismo poder que niega el acceso a derechos a las mujeres.
No dudo que el papel de Sheinbaum no sea fácil: está al frente del gobierno de una de las ciudades más grandes del mundo, con todas las complicaciones que eso pueda tener, y lo hace tras el desastroso sexenio de Mancera. Seguramente es y ha sido en muchas mesas la única mujer, recibe cada tanto insultos misóginos y antisemitas —lo cual es grave y reprobable— y también vive un doble estándar como el resto de las mujeres. Todo ello no significa que tenga un cheque en blanco, que esté blindada ante la crítica y el cuestionamiento, que no podamos manifestarnos cuando como gobernante se equivoca. Sobre todo si sus errores son tan indolentes ante las víctimas y si significan alianzas con los victimarios. EP